Como a un maestro se le ama, se le agradece, reverencia y respeta. Como a un guía se le sigue, sin dudar de que la profunda sabiduría permanece en su interior y aflora a la superficie ofreciéndose para mi comprensión.
Sus lecciones por su dureza en momentos duele, en momentos provocan una sonrisa, la mayoría de las veces la profunda com- prensión que sin aviso recorre nuestro ser en forma de entendimiento repentino. La comparación que nos suscita con la sabiduría que ya almacenamos en nuestro corazón y el conocimiento de nuestros predecesores que quedó grabado en nuestra piel.
Así es la dificultad. Así son los avatares, problemas e incertidumbres de la vida.
La dificultad, como a un maestro, se le ama y se le agradece esa virtud de dar la lección apropiada en el momento oportuno.
Pero la dificultad no es sufrimiento. El sufrimiento es darle la espalda a tu maestro, cerrar los ojos al camino que te muestra tu querido guía. La dificultad la pone ante nosotros nuestro propio ser, en alianza con la vida para mostrar el camino que nuestros ojos no saben encontrar porque caminamos a tientas por el sendero de la vida. Con la poca luz que a veces nuestra vista percibe es cuando entonces aparece la dificultad, y podemos mantener con certeza que tras ella, viene nuestro querido maestro. Gracias a la dificultad.